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A tomar decisiones se aprende

A menudo pensamos que un niño no puede tomar sus propias decisiones y que son los padres los que actúan de cerebro exterior y piensan por el otro. Es importante que en cuestiones de seguridad sean los adultos los que decidan porque ya tienen la experiencia y son ellos los que determinan cómo se han de hacer las cosas. Eso no significa que desde niños no podamos comenzar a construirnos un criterio propio, pero para eso los padres le han de dar un voto de confianza al niño y enseñarle a hacerlo.

Las formas más frecuentes de anular esta capacidad son la manipulación de la opinión del niño, el chantaje, la imposición o la presión al otro por los propios miedos. La Descodificación Biológica Original presupone que ante esas actitudes antes hubo un conflicto que los padres han de resolver si quieren ayudar a una crianza sana.

Cada vez que un niño toma una decisión los adultos la consideremos correcta o incorrecta. Independientemente del resultado el niño ha realizado una acción y por lo tanto no solo se lleva un aprendizaje si no la responsabilidad del camino tomado. Por ejemplo, Analía a de compras con su madre y esta le pregunta si quiere el vestido rojo o el de flores y ella decide el de flores. Como su madre prefiere un vestido liso desarrolla toda una serie de argumentos con los que convence a Analía y está acaba aceptando el vestido que no deseaba. Es una clara manipulación de la opinión del otro llevada a cabo desde el adulto.

Noa ha crecido con una obediencia disfrazada de autonomía ya que casi a diario su madre gestiona la educación de las cosas cotidianas con un está bien, pero sí. Esto significa que cuando Noa dice: “no quiero comer fruta” la madre le responde, “está bien, pero si no comes no irás a jugar con tu amiga”. Aquí sobra él está bien y la coacción consecuente.

Javier observa la cara de su padre siempre seria cuándo tiene que decidir, por ejemplo, sí juega básquet en el colegio o continúa tocando el piano que tanto le gusta a su papá. La imposición de un único criterio anula la toma de decisiones.

Agustín tiene 9 años, es hijo único y solo quiere jugar con su padre porque cuando está con su madre siente de forma inconsciente los miedos de esta lo que le impide moverse con libertad ya que continuamente le limita en sus acciones. Son pocos los niños que no se han caído o golpeado alguna vez en la vida, pero si una madre siente un miedo desproporcionado es porque ha vivido un conflicto biológico y aún está latente la tensión.

A los niños les gusta practicar la autonomía y los padres podemos ayudarle a madurar con seguridad, paso a paso. Llueve y Patricia quiere ir a la escuela con sandalias. Sí su madre trata de imponer el criterio diciendo: hoy llueve y llevas las botas de lluvia la niña se negará porque se le está diciendo de manera indirecta, tú no sabes lo que se ha de hacer y yo como adulto ya lo tengo claro. Podemos ayudarle a que tomen la decisión diciéndoles: “hoy llueve, ¿qué calzado crees que va mejor en un día de lluvia? La niña observará los dos tipos de calzado y cómo le gusta ser reforzada cuándo sabe algo dirá, las botas. Habrá escogido, decidido por si misma y se llevará un refuerzo positivo además de un principio de autonomía.

A crecer se aprende y a tomar decisiones también y que mejor que la relación vincular padres e hijos para hacerlo dentro de un marco de seguridad. En la medida en qué el cerebro del niño se va desarrollando con conexiones neuronales funcionales que le permitan de manera integrada y poco a poco tomar decisiones y asumir la responsabilidad consecuente se hará más libre y lo hará de forma sana. Será un adulto que sabrá en el futuro escoger el camino más adecuado para si mismo.

Fuente: www.descodificacionbiologica.es & Ángeles Wolder

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