El deporte no es sólo forma física y habilidades, también tiene una alta carga psicológica y una gran relación con la personalidad de cada uno. Motivación, implicación, socialización, respeto, agrsividad… Son varias características en las que la personalidad es directamente protagonista en el deporte.
Desde bien pequeños asumimos que el deporte es un juego, pero nos insta a ser competitivos. Desde sus inicios, el deporte era significado de liberar la mente o divertirte en una actividad o un pasatiempo, pero también como una manera de liberar la agresividad y los instintos que la sociedad usualmente coarta. En el deporte hay una liberación de pulsiones destructivas hacia el exterior haciendo posible satisfacer la sensación de estar haciendo algo prohibido.
El deporte reúne tres elementos básicos y principales:
1) Movimiento: En el movimiento hay descarga de tensión a través de los músculos, produciendo satisfacción al organismo. Aún así, existen componentes psíquicos que pueden limitar la acción o inhibir fuerza, permitiendo al músculo su adecuación o no al medio. Desde el psicoanálisis, el movimiento del deportista conforma una acción del cuerpo observable como un discurso.
2) Juego: Es un componente muy importante en nuestra vida. Nos permite fantasear o liberar tensiones o angustias. El juego permite establecer vínculos interpersonales y hace que nos socialicemos más activamente, además de regular nuestras acciones mediante reglas de juego o normas a seguir. 
3) Competencia: La competencia es lo que nos hace superarnos a nosotros mismos, pero existen variables inconscientes derivados de nuestros ideales. Toda competencia contiene dos elementos:
– Descarga de agresión: En la competencia hay descarga de agresión e intento de dominar al otro. Se trata de un deseo agresivo que sirve para defender y resguardar el bien más preciado
– Rivalidad: En la rivalidad hay una relación objetal, sujeto-objeto, por lo tanto adquiere importancia la significación que el deportista le otorgue al rival de turno. Hay veces que nuestra historia puede marcar esa significación, ya sea hacia figuras familiares (paternas o filiales), despertando así sentimientos inconscientes de culpa y castigo en relación a la dualidad amor-odio ambivalente de toda relación.
