Realizar un proyecto de Musealización es siempre una actividad compleja para el Diseñador de Interiores en la que entran multitud de factores, pero si además los espacios en los que se va a realizar corresponden a construcciones tradicionales habrá que desarrollar un especial equilibrio entre contenedor y contenido, tal y como se busca en el Museo de Culturas del Mundo de Barcelona.
En este caso el contendor se compone además dos viviendas palaciegas independientes, la Casa Nadal y la Casa Marquès de Llió, cuya estructura de tipo medieval se remonta al siglo VIII; las cuales debieron ser restauradas y adaptadas para albergar este nuevo equipamiento, aunque ya anteriormente hubieran alojado el Museo de Arte Precolombino Barbier-Mueller y el Museo de Diseño de Barcelona.
Por contraposición el contenido es completamente ajeno al espacio, ya que presenta objetos de arte representativo de las culturas tradicionales de África, Asia, Oceanía y América; a través de piezas de todo tipo que van desde elementos de muy pequeñas dimensiones, como relicarios o fustas, a otros mucho mayores como elementos arquitectónico completos.
De esta manera el diseño de la musealización, como elemento de arquitectura efímera, comporta gran cantidad de variables que se estudian en el curso de Curso Superior de Escenografía e Instalaciones Efímeras. En este caso la intervención abarca una superficie expositiva superior a los dos mil metros cuadrados, de manera que el diseño de la visita se proyectó de manera lineal, a través de la creación de conexiones entre los dos edificios en cada una de las plantas; así como mediante la adecuación a los condicionantes de accesibilidad vertical con nuevas escaleras e instalaciones de elevación.
Los expositores se adaptan a las piezas, y en la medida de lo posible siguiendo el discurso de la colección, tratan de generar espacios de protagonismo para cada una de ellas -algo que se enfatiza mediante la creación de urnas individuales para las que poseen especiales necesidades de conservación. En el caso de los espacios de exhibición más lineales, los elementos expuestos cobran presencia a través de soportes apoyados en plataformas sobre el suelo, que permiten homogeneizar las alturas de cada uno de ellos. Con lo que se crean conjuntos en los que todas tienen una presencia equivalente y pueden leerse de manera cómoda por el visitante.
En consonancia, estos elementos de apoyo se han trabajado bajo un color blanco que no roba protagonismo a las piezas, y que permite diferenciar la propia exposición del interior histórico, dominado por los materiales tradicionales. Todo ello se complementa además con una iluminación dispuesta en carriles colgados del techo, minimizando su impacto en la arquitectura, que busca respetar la colorimetría de la colección a través del uso de las últimas tecnologías en luminarias.
El resultado es un espacio en el que se complementan la arquitectura tradicional vernácula de Barcelona con un sinfín de elementos completamente dispares y provenientes de rincones completamente distantes.
De todas maneras la pregunta inicial siempre queda en el aire, ¿es posible que dos narrativas como estas puedan convivir de manera que ninguna de ellas se lleve más protagonismo que la otra, o por el contrario las tensiones entre ellas hacen que no podamos disfrutar del conjunto?
