Cuando llegas a un hospital como paciente, todo el personal se encarga de hacerte sentir como en casa y evitar pensar en medida de lo posible en la razón por la que te encuentras ahí. Los hospitales, cada vez más, se están convirtiendo en pequeñas gran ciudades en las que los miembros del personal tienen en sus manos el cuidado de sus ciudadanos, por lo que su formación profesional tiene que ser excelente.
Un viaje por el hospital
Según cruzas la frontera que te da acceso a esta nueva ciudad en forma de hospital, un profesional te atiende en el área de admisión tomándote nota e invitándote a esperar en la sala de espera. Mientras tanto, observas cómo una persona limpia la sala y los pasillos dejando el suelo realmente reluciente.
Ya te llaman desde el altavoz y entras en la sala que te corresponde, donde un empleado de enfermería te pregunta sobre qué te ocurre y cómo te sientes. Te toma la tensión, la temperatura y, en definitiva, comprueba tu estado general. Con esta primera toma de contacto con un profesional sanitario te quedas más tranquilo.
Después de esto, vuelven a llamarte y ahora pasas a la consulta del médico. Te vuelve a preguntar y se interesa por tu situación, y comienza su rutina profesional: analítica, pruebas, radiografías. En definitiva, todo lo necesario para mejorar tu estado.
Sales de la sala y estás un poco nervioso pero, no pasa nada, un celador te ayuda y acompaña al siguiente punto del viaje: tu encuentro con el especialista. Aquí entras en un círculo de pruebas y profesionales del sector: técnicos superiores en radiodiagnóstico, radiografías, patología, agujas, tubos de sangre, laboratorio, etc.
Te sientes más tranquilo
El especialista te tranquiliza y sugiere que te quedes unos días ingresado para poder seguir haciéndote pruebas y solucionar tu problema lo más rápido posible y de la mejor manera. Tu habitación se encuentra el la cuarta planta y uno de los ascensores está averiado, pero un técnico de mantenimiento te informa de que en pocas horas lo tendrá listo. Una vez llegas, te dan un pijama y sábanas limpias, tanto para ti como para tu acompañante, para que pueda quedarse esa noche a tu lado.
Al rato, te llega la cena. Ha sido un día largo así que la agradeces enormemente. También te informan de que por la noche te traerán un vaso de leche o lo que necesites, y de que un auxiliar te facilitará algo para aliviar el dolor.
Con estos cuidados y las medicaciones proporcionadas te vas encontrando mejor. Al segundo día, el médico se acerca a tu habitación y te avisa de que han decidido darte el alta: tu estado de salud ha vuelto a sus niveles normales y ya puedes volver a casa. Aquí acaba tu viaje por esta pequeña gran ciudad.
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