Todo comenzó cuando conocí el Mindfulness y lo importante que era para mi mente y mi vida, empezando por focalizar la atención en el cuerpo.
Siempre me he sentido fascinada por lo interesante que es la mente y también lo compleja que puede llegar a ser.
He estado en constante trabajo con mi mente y mientras trabajo, la mente corre el riesgo de “Pasarse de rosca”, esto quiere decir que, mi mente decide cuándo empezar a funcionar y cuándo no dejar de hacerlo.
Ella decide cuantas veces estaré pensando en algún asunto, hasta el punto de no saber exactamente en qué es lo que estoy pensando.
Decide evadir lo que está ocurriendo en el ahora e irse al futuro con pensamientos y cosas que aún no han pasado.
En ese momento uno vuelve a vivir en piloto automático, pensando más en las suposiciones, imaginando y queriendo lo que desean los demás y/o nuestros padres.
Mi mente fue mas allá y los pensamientos que surgían a menudo se convirtieron en un cúmulo de angustia.
Pero, ¿Qué hace uno en estos momentos? Ponerse el objetivo de mantener la mente focalizada y aclarar todos los pensamientos que se han venido de repente, que de pronto no tienen suficiente relevancia en ese momento. En conclusión: mente + mente + mente= empacho de mente.
Me empezaron a mencionar las técnicas del mindfulness y entre una y otra cosa, empecé a averiguar todo acerca de esta práctica relacionada con la relajación, meditación, hipnosis, etc. Empezó a entrar a mi vida y me ayudó.
En ese momento entendí que debía prestar atención de manera consciente a la experiencia del momento presente con interés curiosidad y aceptación, llegando a un estado de equilibrio donde debía enfocar mi atención hacia mi cuerpo.
Mi cuerpo encontró su lugar, se conectó con todos los sentidos en el ahora, en la realidad. Empezó a sentir los olores, sabores, sonidos, imágenes y, sobre todo, el tacto.
Me empecé a dar cuenta que mi cuerpo me mantenía en la tierra, me hacía sentir presente en la vida, en el mundo y así lo iba a ser a lo largo de mi existencia. Prestando atención de manera intencional al momento presente, sin juzgar.
Mi mente continuaba dándome momentos de felicidad y otros de “pasada de rosca”. Pero volvía al mundo con mi cuerpo, mi respiración, el contacto de los pies en el suelo que pisaba y de repente todo lo que me abrumaba, hasta mis latidos rápidos de mi corazón, empezaban a calmarse.
Todos los escenarios de mi mente que se creaban constantemente como las narraciones, palabras sueltas, imágenes e incluso canciones en bucle que no dejaban de sonar, empezaron a ser focalizados, atendidos.
Podía ver todo lo que pasaba, cada pequeña cosa, sin necesidad de enredarme en las aguas turbias de la mente y sus pensamientos continuos. Descubrí que era observadora de mi propia mente, pero solo por pequeños momentos, claro está.
Luego volvía al desorden de mi volátil mente, su bullicio y de repente volvía a salir. Era todo un proceso lento de desidentificación con la mente y que por mucho tiempo fue importante.
Paso a paso empecé a escoger los tipos de respuestas que le iba a dar a ciertos estados de ánimo que llegaban de repente, como la ira, tristeza, miedo, estos me convertían en una persona impulsiva, haciendo cosas inconscientemente y probablemente arrepentida al final.
Empecé a asimilar y darles respuesta a esas emociones y pensamientos, logré primero pensar y luego actuar ante cada una de ellas para detener mi comportamiento y actuación impulsiva y de repente… era la protagonista de mi vida.
¡Ahora soy la protagonista de mi vida!
A veces aparecen angustias, ansiedad, malestares en general, entre otros síntomas, pero decido quererme, tratarme bien y cuidarme. Permitirme a mi misma sentir esas emociones, pero también poniendo límites para mantener siempre los pies en la tierra.
Todo esto gracias al aprendizaje Mindfulness y la atención plena centrada en el cuerpo.
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