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Empatía y «buenísmo»

¿Eres de esas personas muy empáticas? ¿De esas que entienden a todo el mundo, y a las que los demás acuden para comentar sus problemas? ¿Sientes que a veces acabas asumiendo cosas que no te tocan?  

La empatía es una cualidad importantísima a la hora de relacionarnos con las  personas; nos permite conectar más fácilmente con las necesidades del otro.  La empatía es lo que nos lleva a ayudar a alguien a quien vemos sufrir. Ahora  bien, ¿qué ocurre cuando se es “demasiado empático/a”?  

A menudo me encuentro en mis formaciones personas que expresan sus  dificultades en el día a día porque les resulta tremendamente fácil conectar con las problemáticas de los demás y se acaban “cargando” con sus problemas. Quieren ser amables y “ayudar” y no se atreven a decir no, por miedo a que la otra persona se moleste o porque haciéndolo se sienten “buenas personas”. Esto no es empatía.  

Una cosa es ser empáticos y otra muy distinta ocupar el lugar de la otra persona; hacernos cargo de sus quehaceres o problemas hasta el punto de anularla porque no la creemos capaz. Pensad por un momento en lo arrogante de esta afirmación: “le ayudo porque… pobre…me da pena”. Ese “pobre” es como reconocer que la otra persona no puede por sí misma; y que ahí estamos nosotros para solucionarle la papeleta. Es decir, que nosotros somos mejores. 

Creemos que le hacemos un favor pero, en realidad, al ayudarle, le estamos  privando de una oportunidad para aprender y crecer; estamos impidiendo que desarrolle su autonomía para pensar y buscar sus propias soluciones; que no tienen porqué coincidir con las nuestras. La estamos convirtiendo en una  víctima.  

No nos engañemos, hay perfiles de personas a las que esto ya les va bien; les  funciona quitarse de encima las responsabilidades. Pero debemos ser  conscientes de que, con nuestra actitud de “ayuda”, lo único que conseguimos  es alimentar esa conducta y provocar que siempre acudan a nosotros para  resolver sus problemas. Ante estos perfiles, más dependientes, es importante aprender a poner límites porque, en caso contrario, pueden acabar  “vampirizando” nuestro tiempo. Si siempre estamos ahí para los demás, ¿en qué lugar quedamos nosotros, nuestros deseos y necesidades? 

La mayoría de las veces, las personas cuando acuden a nosotros por la simple  necesidad de ser escuchadas, de descargar sus emociones, de soltar. Y ahí  podemos hacer un trabajo de escucha, de acompañamiento, de conectar con lo que les ocurre y de animarlas a explorar las posibles soluciones a esa situación; podemos incluso aportar nuestra visión, pero sin tomar nosotros el mando como si fuéramos sus “salvadores” para sentimos mejor. Esa forma de actuar tiene mucho que ver con ayudarnos a nosotros (alimentar nuestro ego)  y poco que ver con ayudar a la otra persona. 

Suele decirse que la empatía es saber ponerse en el lugar del otro. Pero una cosa es saber ponernos en su lugar y otra, muy distinta, remplazarlo.

Escrito por

Lourdes López Barbosa – Colaboradora de DISI TALENT

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