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El estigma de las enfermedades mentales

Tener un trastorno mental implica un sufrimiento intenso por parte del paciente y su entorno más cercano, conllevando que muchas personas oculten su problemática debido a los estereotipos asociados al padecimiento de una enfermedad.

Algunos pacientes sienten vergüenza, en ocasiones también miedo a que los demás les teman, una situación que  agrava el síndrome (que ya de por sí es doloroso, al menos, inicialmente).

¿Por qué las enfermedades mentales están asociadas a una connotación negativa? ¿De dónde procede ese estigma social?

Quizás una de las explicaciones se encuentre en que el campo de la psicología y la psiquiatría han sufrido una revolución (relativa al conocimiento científico) que es muy reciente. Hasta finales del siglo XX los pacientes crónicos eran institucionalizados o marginados, debido a la incomprensión de los procesos subyacentes a las patologías y al desconocimiento de  tratamientos basados en la evidencia.

Para ser más conscientes de la juventud de los tratamientos efectivos en psicopatología y psiquiatría, basta con conocer el siguiente dato: en el año 1953, dos psiquiatras franceses aplicaron (con un alto porcentaje de éxito) la clorpromacina para tratar la agitación maníaca, siendo empleada con posterioridad para el tratamiento de la esquizofrenia, considerándose este hecho como el nacimiento de la moderna psicofarmacología (López-Muñoz et al., 2005). Gracias a los neurolépticos, muchas personas pueden tener una vida plena o relativamente feliz.

Por otro lado, hoy en día todo centro de salud mental implica a los familiares en el tratamiento de las patologías, guiando su conducta e instruyéndoles acerca del trastorno (psicoeducación). Sin embargo, hasta hace poco tiempo, el control de los síntomas y signos resultaba dificultoso, lo que conllevaba a situaciones de estrés que incidían negativamente en el paciente y que, en no pocas ocasiones, resultaban en conductas consideradas violentas que en realidad eran respuestas a contextos disfuncionales que generaban un alto grado de malestar a la persona enferma.

Actualmente, los falsos mitos siguen acompañando a los pacientes, algunos de los cuales creemos necesario desmentir:

  • Las personas con un trastorno mental no pueden trabajar: esto es totalmente falso. Si bien es cierto que algunos pacientes no se encuentran en condiciones de desempeñar un empleo, existe otra realidad que implica un proceso: una vez que la persona retoma el equilibrio, acepta su trastorno y se cuida, reconoce y aprende a reconducir la fase prodrómica, puede realizar un número elevado de trabajos con la misma eficacia que un individuo carente de enfermedad mental. De hecho, es probable que muchos trabajemos o coincidamos fuera del ámbito laboral con personas que sufren un trastorno mental y no nos hayamos dado cuenta.
  • Los enfermos mentales son peligrosos: este es el mito más extendido entre la población. Los estudios indican que sólo entre el 9% y el 10% de los pacientes tienen habitualmente conductas violentas (exceptuando un momento de ruptura con la realidad). Incluso si se habla de respuestas con consecuencias dañinas para la salud (p.ej.: golpear gravemente a un familiar), el porcentaje disminuye a un 3%, aproximadamente.
  • Los enfermos mentales son peligrosos, “yo tengo un familiar que…”: codexes entendible que el sufrimiento que genera una enfermedad mental marque al entorno familiar del paciente, pero cada persona es tan diferente como su proceso de enfermedad. Que dos individuos posean el mismo trastorno no significa que lo afronten de igual manera. Por otro lado, en ocasiones, se conjugan factores que aumentan la probabilidad de ocurrencia de conductas violentas, por ejemplo: una persona posee dos trastornos comórbidos, tratándose estos de: “Trastorno Antisocial de la Personalidad” y  “Esquizofrenia”; en este caso la nula o escasa empatía del enfermo se conjuga con un trastorno psicótico, lo que incide en que la probabilidad de la emisión de respuestas violentas sea mayor. De todas formas, la psicopatía es un trastorno que sólo afecta al 1% de la población, disminuyendo su incidencia entre los trastornos mentales, por lo que las cifras de prevalencia de esta comorbilidad se intuyen realmente escasas.
  • No puedo hacer nada por él/ella: la conducta del conocido/a, amigo/a o familiar es uno de los predictores más relevantes de mejoría o agravamiento del trastorno. Aprender a lidiar con determinadas situaciones o aceptar determinadas conductas (p.ej.: aislamiento social temporal) es fundamental, así como proveer de apoyo y tratar de evitar un entorno estresante.

Es importante que trabajemos en la inclusión de las personas que padecen un trastorno mental, brindándoles oportunidades y apoyando la difusión de información científica contrastada.  Es necesario recalcar que todos los seres humanos lidiamos con diferentes problemas, siendo estos de diversa índole. Quien padece un trastorno mental, NO ES un trastorno, ES una persona afrontando una dificultad que, con mucho esfuerzo, puede llegar a manejar.

“La tolerancia es la única prueba de civilización” (Arthur Helps)

Fuente: Centro de Formacion en Psicologia Codex

 

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