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Educar bajo el miedo V/S marcar límites

A lo largo de la historia, padres e hijos han sostenido un pulso generacional. Esto ha traído como consecuencia el ingenio por medio de ambas partes para establecer relaciones de poder y el manejo adecuado de los límites. Antiguamente la manera de educar distaba de las actuales escuelas de sicólogos, en donde príman la negociación, los convenios y el diálogo como herramientas fundamentales.

Valiéndose de artimañas, nuestros abuelos imponían sus ideas, intentando ganarse el respeto con frases como: la letra con sangre entra; mejor en pedazos en el cielo que enteros en el inferno; no tengo sicología, tengo talabartería, por citar algunos de los enunciados de la época.

Ni digamos de llevar a la práctica desde castigos físicos severos hasta imponer el miedo sicológico para lograr sus metas, como asustar a los niños si no cumplían a cabalidad las órdenes, con elementos como, la mano peluda que sale debajo de la cama, el viejillo del saco que te va a robar, e indudablemente a los ojos de un infante, el temible diablo y todos sus secuaces.

Éstas generaciones educadas por medio miedos sicológicos conservan aún en su adultez muchos temores, siendo el más común el miedo a la oscuridad, necesitando dormirse con una tenue luz que les permita ubicar que su espacio está libre de los fantasmas de la infancia, sólo para citar una de las secuelas.

Empezar con un trato claro y bien definido, basado en el respeto desde los primeros meses de la vida es crucial, para desarrollar con éxito las bases de una educación realizada más por el método de convencer que de vencer. Hay la necesidad de informar claramente sobre las medidas a tomar de tal modo que padres e hijos estén muy claros en el cómo, cuándo y por qué. Debe existir un dominio tanto de las reglas convenidas, como de las consecuencias de no someterse a ellas, respetándose los acuerdos tomados e imponiéndose las sanciones sin un ápice de duda, considerándose imprescindible aplicar mano firme y no mano dura.

Curiosamente los hijos en sus distintas etapas tratan de llamar la atención de los padres con malas conductas, bajas calificaciones, drogas, embarazos juveniles, etc, como respuesta a la falta de límites. Reclamando a gritos que se les brinde atención y seguridad, como muestra de que son importantes, son amados, tienen valía y pertenecen a un núcleo.

Es un arte poner límites y cada vez se torna más difícil. Es un gran desafío saber educar, pero apostar por la confianza, la negociación y tener la seguridad de que no reduce en nada el amor, sino que es más bien una oportunidad para amar, fortalece los lazos. A través del diálogo, del análisis y de optar por el método de la resolución de conflictos, formando en los hijos la capacidad necesaria para su sano desenvolvimiento a lo largo de su vida, es la mejor opción.

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